Sabíamos que teníamos por delante uno de los días más significativos de nuestro viaje. Íbamos a conocer el muro. Dicen que es la segunda barrera más larga del mundo después de la muralla China. Más de dos mil kilómetros con más de siete millones de minas difuminadas por terreno saharaui.
Amanecimos con el sol entre las dunas de Dajla y nos fuimos a Rabuni a la casa del Secretario del Gobierno Saharahui, Sidahmed Tayeb, que respondió a todas nuestras preguntas sobre el conflicto. Expresó su desesperanza hacia una resolución del problema por parte de las instituciones internacionales. Fueron dos horas de charla en las que nos contaron con paciencia y mino la historia de su país: «hay un lugar en mitad del desierto -decía- llamado la llanura de la tristeza, cuando lo cruzas en coche hacia territorio ocupado te invade una sensación de éxtasis, pero cuando vuelves y lo atraviesas hacia los campamentos experimentas una enorme tristeza y nostalgia de la espera, una tristeza inexplicable con palabras. Una sensación que todo el mundo cuantifica en 20 minutos».
Cuando le preguntamos quién sería el mejor intermediador en el conflicto Tayed dijo: «escogería a un poeta, antes que a un político«. Otra lección del pueblo saharaui que dice mucho de su modo de ver la vida.
Todo el equipo de UMPES así como los colaboradores coincidimos en que ese encuentro en la casa de Tayeb había cambiado nuestra forma de entender la vida y la historia de este pueblo que, desde España, nos parece tan lejano.
Llegaba la hora…
Subidos en todoterrenos mil veces reconstruidos pusimos rumbo al muro. Horas en coche sin carreteras conduciendo sobre la arena del desierto. Nos dejó boquiabiertos la maestría de nuestros conductores para guiarse por carreteras que no existen. Para saber llegar a un punto fijo conduciendo a través de un terreno agresivo y similar durante kilómetros y kilómetros….
Al llegar allí, la Plataforma Gritos contra el Muro, había montado una jaima para recibirnos frente a esos 2.743 km de pared que divide a la población saharaui e impide la liberación.
Caminamos desde la jaima hasta el lugar más próximo al muro que nos permiten las minas antipersona que están enterradas a ambos lados del camino. La organización había convocado una de sus manifestaciones mensuales. En lo alto de la pared varios militares marroquíes -como sombras de espaldas al horizonte y la puesta de sol- nos observaban. Gritos Contra el Muro cumplió con el cometido que le da nombre.
Hermanamiento
Con los deberes hechos nuestros anfitriones nos invitaron a cenar y a conocernos un poco más. Nos sentamos todos juntos en la Jaima preparada para el evento y uno a uno nos fuimos presentando y expresando qué era lo que nos había llevado a estar allí. Todos con un compromiso solidario que ayude a resolver un conflicto enquistado.
La música acompañó el cierre de la jornada. El pueblo saharaui es amable, acogedor y festivo. Nada mitiga ni un ápice su esencia y así lo demostraron.
Como broche, una nueva caminata hacia el muro únicamente alumbrados por linternas y móviles. Nosotros cogímos los coches para volver al campamento que nos acoge, Bojador, pero allí se quedó la bandera. Una bandera que aguanta un territorio liberado y que mira, contundentemente, al ocupado.
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